En un mundo que corre de prisa y aplaude los grandes logros, el Evangelio nos recuerda una verdad eterna: Dios se manifiesta en lo pequeรฑo. No es en el ruido donde รl se revela, sino en la brisa suave (1 Reyes 19,12), en lo cotidiano, en aquello que parece insignificante, pero que, hecho con amor, transforma el corazรณn.
A veces buscamos servir a Dios en obras grandiosas, olvidando que el Reino de los Cielos se construye con gestos simples: una sonrisa ofrecida con caridad, un "Dios te bendiga" dicho con sinceridad, un momento de silencio para escuchar al otro. Son acciones que no aparecen en los titulares, pero que llegan al Cielo como incienso puro.
Jesรบs mismo nos enseรฑรณ esta lรณgica divina: una viuda que ofrece dos monedas, un vaso de agua dado a un sediento, el perdรณn concedido en lo oculto del alma. El amor que ponemos en los detalles es mรกs importante que el tamaรฑo de la acciรณn. No es cuรกnto hacemos, sino cuรกnto amor ponemos en lo que hacemos.
Cuando vivimos con atenciรณn a los pequeรฑos actos, nuestro dรญa se vuelve una oraciรณn continua, una ofrenda silenciosa. Tender la cama por amor, dar gracias al despertar, hacer la seรฑal de la cruz al salir de casa... Todo puede convertirse en encuentro con Dios si lo vivimos con fe.
Estos actos, aunque humildes, siembran frutos eternos. Porque la santidad no es privilegio de unos pocos, sino el llamado de todos, y se cultiva con fidelidad en lo simple.
Hoy, te invito a mirar tu dรญa con ojos nuevos. A descubrir en cada gesto cotidiano la oportunidad de amar mรกs, de ofrecer mรกs, de unirte mรกs a Cristo. Y recuerda: quien es fiel en lo poco, serรก puesto sobre lo mucho (Lucas 16,10).